Los cuentos de Vitorino, El Zaguán, diciembre de 2004
Una muchacha estaba sola en su casa y aprovechó para prepararse una arepa con huevos. Cuando estuvo listo el aperitivo se dispuso a comer, entonces una perra se detuvo frente a ella a “velar”.
Ella le dijo “si tienes hambre, agarra el maíz, muélelo como lo hice yo…”, entonces la perra tomó maíz, lo arrojó en la piedra de moler y empezó a prepararse su masa.
La muchacha, de la impresión, cayó muerta al instante. Es por eso que se dice que el egoísmo siempre es mal acompañante, negar las posesiones al desposeído es castigado tarde o temprano.
Algo similar le ocurrió a Tista, un hombre sumamente trabajador, pero que irónicamente nunca tenía nada, siempre estaba mal vestido, con ropa remendada con cabuyas. Nadie en la Sierra sabía por qué a este hombre era tan malaventurado.
Resultó que cuando joven, a Tista le gustaban las peleas de gallos, criaba estos animales con dedicación para ponerlos a pelear por dinero. Cierto día estaba caramiando, o recogiendo las ramas secas de las matas de caraotas, en un sembrado ajeno, y su madre llegó a traerle la comida. Era arepa con pollo asado.
“¿De dónde sacó este pollo? Preguntó. Y su madre le contestó que era uno de los que él criaba, tuvo que matarlo porque no tenía más alimentos que llevarle.
Tista se enojó mucho y arrojó la comida en fuego. La madre encolerizada de dijo “ay, Tista, de ahora en adelante lo que hagas en la tierra, se te convertirá en sal y agua”, por esa maldición fue que Tista nunca pudo progresar.
Victoreano Camacaro
Adaptación:
Luis Gerardo Leal
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