Caridad, cada mañana, observaba la página de obituarios de los periódicos regionales, para estar segura de que no había muerto. En una de esas revisiones descubrió algo atroz: se daban las condolencias por el fallecimiento de alguien con su nombre y aparte por el de alguien con su apellido.
Estaba claro, le tocaba a ella. Preparó todo para su sepelio, los invitados, las flores,las velas, mujeres sin oficio que fueran a llorarla, averiguadores, criticones, borrachos y uno que otro entrometido.
A su esposo Ramón, que estaba más anciano que ella, lo vistió de luto y le ordenó que llorara. A sus nietas les encomendó servir el café. Era la noche más esperada por Caridad, ella quería que todo saliera perfecto.
Pero no fue así. Comenzado el velorio, un negro cantaba unas letanías, todos lloraban desmesuradamente, y a Ramón le dio por sufrir un ataque cardíaco. Murió enseguida.
Ante el alboroto, Caridad salió furiosa de su cómoda urna y gritó: “¡Quédesconsiderado! ¿Cómo se te ocurre morirte en mi velorio? nunca puedo tener nada para mí” y se fue a su habitación, cual novia de pueblo, a llorar por la desfachatez de su marido.
LGL
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