Camilo, un hombre propenso a tener graves accidentes, se
puso amarillo cuando su esposa encontró aquel cadáver debajo de la cama.
Era el de un hombre alto, bien vestido y de unos cincuenta años.
Tenía aún el cuchillo enterrado en el ojo derecho, aunque ya no sangraba más.
Camilo se negó toda la vida a creer en Dios, tanto que
cierto día estaba cocinando y alguien llamó a la puerta. Camilo colocó un
cuchillo punta na en la mesa de planchar y fue a
recibir a su visitante.
Era un Testigo de Jehová que estaba predicando la palabra. Camilo
se disgustó y le dijo al hombre que se marchara.
Aquel religioso no dejó que se cerrara la puerta insistiendo
en hablar con Camilo. Con la Biblia en la mano dio dos pasos dentro de la casa.
Camilo volteó violentamente y sin querer golpeó una mesa, de
donde cayó un monje grande de porcelana. Esta escultura pesada aplastó la cola
de un moribundo perro que dormitaba en el piso.
El can saltó chillando y de golpe se desplomó sobre uno de
los extremos de la mesa de planchar. De ese modo, como una catapulta, impulsó
el cuchillo que se disparó directo al rostro del visitante. Lo demás es cuento.
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