Esa mujer
me espera cada día
con una taza de café caliente
cuando no
llego, dice:
“Poecito mi
muchacho,
le agarró
amor al trabajo y
perdió el
amor por eta vieja”.
Cuando
regresé de mi última campaña,
después de
largos días e interminables noches,
volví hasta
ella con un hermoso regalo,
un flamante
vestido blanco con flores tejidas,
no lo miró.
Sus ojos
estaban colapsados de lágrimas e inquietud,
esculcaba
mi humanidad verificando que todo estuviera bien
y me
estrujó en un abrazo que
había
ensayado durante cada noche de espera.
Ahora que
me voy de nuevo
me laza su
larga bendición
y
sentencia:
“Yo sé que
uté no cree en Dioh,
pero yo le
voa pedi a él que te cuide
yo pagaré
por uté,
rezaré por
uté,
pagaré sus
penitencias”.
Yo callo y
pienso:
“No te merezco
abuela”.
Pero algo
bueno y puro ha de tener un mundano
para creer
al menos en la vida misma.
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