Lagunillas, septiembre de 2025.-
Los acordes del arpa, del cuatro o de la guitarra se confunden con la voz pausada, pero firme, de Asisclo Ramón Soto, un hombre que a sus 76 años conserva intacta la pasión por la música. Nació en Los Puertos de Altagracia, pero desde hace más de medio siglo su vida está entrelazada con el municipio Lagunillas, tierra que lo acogió y donde ha forjado una huella imborrable como cultor popular.
Heredó la vena musical de su madre, Ángela Adela Chacín, decimista de reconocida tradición, y de su padre, Miguel Antonio Soto, también músico, cuyo ejemplo de constancia y disciplina lo marcó desde niño. A los siete años ya hacía sonar las primeras notas en el cuatro, guiado por su hermano Luis Guillermo Chacín, aunque este dudaba en enseñarle por temor a que la bohemia lo desviara. Con “Río Manzanares” y “El Pájaro Chogüí” comenzó una carrera que nunca se detuvo.
Su talento lo llevó a tocar con Los Panchos en Radio Cabimas y a presentarse en Ondas del Lago Televisión en Maracaibo, con apenas diez años, arrancando aplausos y el reconocimiento de figuras como Gilberto Correa y Oscar García G. Luego vinieron la guitarra y la mandolina, pero sería el arpa el instrumento con el cual alcanzó mayor virtuosismo. Aprendió de manera autodidacta, observando y practicando al amanecer con “El Pájaro Campana”, aun cuando su familia reclamaba las madrugadas de constantes ensayos.
Su carrera lo puso frente a artistas de renombre, como Julio Jaramillo, con quien compartió escenario de manera fortuita en la estación de servicios El Parador y luego en Tasajeras. Es parte de la historia de la gaita al ser uno de los primeros cuatristas del Gran Coquivacoa, además de formar parte de agrupaciones como Los González, el Conjunto del Padre Vílchez, Barrio Obrero de Cabimas, la Gabarra Gaitera de Halliburton y el grupo Impacto. También dirigió la agrupación musical de la Policía Municipal de Lagunillas.
Entre sus recuerdos brillan serenatas juveniles con guitarra en mano, un concursos de cuatro donde sorprendía al público tocando al revés o a espaldas, y noches memorables como la de Isla de Toas, al lado de Víctor Alvarado, cuando el aplauso fue un abrazo eterno.
Pero Soto no se ha limitado a interpretar: también ha sido maestro generoso. Con paciencia, ha formado a decenas de jóvenes que hoy integran agrupaciones gaiteras o cristianas dentro y fuera del país. No dudaba en regalar alguno de sus cuatros a estudiantes sin recursos, convencido de que la música debía continuar sonando. “Muchos de los muchachos que gradué hoy son músicos profesionales”, comenta con orgullo.
Actualmente, dirige dos agrupaciones: Sentimiento Criollo y Estampas de América, que animan fiestas, actos culturales y celebraciones con el repertorio más amplio de ritmos venezolanos y latinoamericanos. Ha versionado en el arpa desde boleros hasta rancheras, desde guarachas hasta vallenatos, además de componer temas propios por encargo de quienes buscan su sello.
Su vida es un caleidoscopio: ha sido marino mercante, carpintero, herrero, trabajador petrolero y artesano. En su hogar, rodeado de creaciones hechas con madera, taparas y cartón, también repara instrumentos con una destreza comparable a la de los grandes luthiers.
Hombre sencillo, amable y humilde, Asisclo Ramón Soto es memoria viva de la música popular y un patrimonio cultural de Venezuela. A pesar de los años y de los pasos pausados, su espíritu sigue danzando al ritmo de las cuerdas. “Todo lo que sé es porque Dios me dio el don de la música”, dice. Y al escucharlo, queda claro que su vida entera ha sido un canto, una oración hecha melodía, un arpa que aún vibra con la historia de un pueblo.
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