Victoreano Camacaro: entre lo real y lo fantástico


Luis Gerardo Leal // Fotos: Familia Camacaro Montes; Ciudad Ojeda, diciembre de 2009


“El egoísmo es mal acompañante” decía Victoreano Camacaro, un hombre que desde joven aprendió a compartir lo que a su juicio era una herramienta esencial para vivir: el conocimiento. Nacido en 1921, en la población de Santa Cruz de Bucaral, estado Falcón, Camacaro llegó a Ciudad Ojeda en 1953 para ofrecerle un mejor futuro a su numerosa prole de más de 24 hijos y un centenar de nietos.


Su mayor recurso era la experiencia recogida a lo largo de su vida, con grandes relatos cargados de realismo mágico y la energía emanada de los pueblos de la sierra falconiana. Historias donde mezclaba realidad, fantasía, religión, mitología entre las que se destacan: El ceretón, los duendes, los poderes espirituales de los animales, los seres antropomórficos ocultos la selva y todo un sinfín de leyendas que trasportó a sus descendientes con la esperanza de que no se perdiera ni una sola palabra.


Residenciado hasta su muerte en un callejón olvidado de la calle 19 de Abril, cerca de la carretera “L”, Victoreano (o Vitorino como era conocido popularmente) compartió siempre su sabio y fantástico repertorio.


“El ceretón –decía- es un ser vivo que con magia negra se vuelve invisible para hacer daño a las personas. A mi comadre Rosa se le acercó uno un día. Ella mantuvo el control, puso a calentar agua en el fogón y cuando ésta hirvió, la lanzó sobre el lugar donde creía que estaba el espectro. Al otro día, vio a un vecino con quemaduras en las piernas. Él era ese ceretón”.


En su rico patrimonio de narrativa oral nunca faltó el buen consejo para aquellos que se encontraran de frente con espíritus malignos que intentarán atacarlos. “Cerca de caños, ríos, quebradas o jagüeyes siempre hay espíritus que pueden encantar o hechizar a los hombres. Los trasladan a un mundo aparte de donde no saldrán hasta el día del juicio final. Pero si llevas tabaco te puedes salvar, porque a los seres que habitan ahí, no les gusta el humo”.

Eran muchos los cuentos con moralejas sobre egoísmo. Como el de la mujer que le negó comida a un perro y a modo de burla, le dijo al animal que pilara su propio maíz y se preparara su comida. El perro lo hizo, cual humano, lo que enloqueció a la egoísta. Otro caso fue el de la mujer que le negó comida a su madre y una culebra se le aferró al cuello, la serpiente se comía todo lo que la mujer se llevaba a la boca, por lo que en poco tiempo la señora murió de hambre.


Entre lo fantástico y lo real, Victoreano Camacaro no dejó de impresionar a sus seguidores con historias sorprendentemente verosímiles. Ejemplo de ello fue el relato del perro de Salomé, un animal que hablaba y tras la muerte de su ama, vagó por los pueblos cercanos en busca de comida, soltando frases que asustaron a todos. “La autoridades decidieron sacrificarlo por considerarlo endemoniado –continúa la narración-. Acorralado por sus verdugos, el can alcanzó a decir: ‘ah, to las vainas malas son pa mí…’. Esa fue la última vez que se supo de él”.


Victoreano Camacaro murió el 12 de octubre de 2009, dejando en esta tierra de “insensatos mortales” una enciclopedia de leyendas sembrada en la memoria de todo aquel que tuvo el privilegio de conocerlo. Allá, en el mundo de los espíritus que tanto describió, debe esperar impaciente que todas sus enseñanzas germinen y se expandan por el tiempo y el espacio; y que sus moralejas sean aplicadas por el bien de la humanidad.

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