Yenny Rojas, Panorama, 04/10/09
Cuando arrancó la era petrolera, la vía lacustre y la orilla del Lago de Maracaibo poco a poco fue cubriéndose de muelles e instalaciones, quitando espacio a los pescadores de Las Morochas, un populoso sector de Lagunillas, que se transformó como el eje industrial de la COL.
Los ojos de los navegantes que arribaban por el Lago, se habituaron a ver un símbolo natural, dos matas que crecieron juntas, es decir, morochas. Algunos decían que eran cocoteros y otros majumbos, con troncos y follajes simétricos, de unos 50 metros, que desde lejos anunciaban la orilla y para ciertos moradores dio nombre al sector.
“El suministro de alimentos y mercancías llegaba a Las Morochas a una especie de muelle rudimentario que las mismas petroleras promotoras de la vía, construyeron para movilizar materiales de un campamento hacia otro, entre Cabimas y Mene Grande”, señala Francisco Chávez, en su texto Conoce la historia del municipio Lagunillas.
Antes de la movilización generada por la industria petrolera, Las Morochas sobrevivía con rasgos indígenas, y su asiento, según otras versiones, abarcaba las extensiones de un hato propiedad de Lino Ekmeiro, y que llevaba el nombre de Las Morochas en honor a sus descendientes gemelas.
“Como comunidad, Las Morochas se origina a comienzos del siglo XX, más sus raíces se hunden hasta los días en que un sencillo poblado indígena se levantó sobre estacas a orillas del Lago, formando parte de una cadena de pueblos palafíticos que se extendía desde Ceuta”, reseña el libro Las Morochas hacia el Siglo XXI, de Rutilio Ortega y Jóvito Rodríguez.
El rostro sencillo y artesanal de las viviendas y la cotidianidad ligada a la pesquería y a las labores agrícolas, cambiaron para ofrecer un ambiente ideal que albergara a familias de otras partes del país y a extranjeros.
Desde 1912, cuando arranca la explotación petrolera, que 10 años después tomaría pleno auge con el reventón de El Barroso, las compañías empezaron a abrir caminos para su progreso.
Hubo que crear más adelante una vía, — que hoy se llama Intercomunal— para abrir un paso de asfalto y unir a Lagunillas con Cabimas y Bachaquero, según recuerda Chávez. Su edificación, culminada en 1965, arrasó con el monte y la tierra pantanosa de ese entonces.
Muchos de sus pobladores vinieron por petróleo, otros porque su Lagunillas de Agua, poblado vecino, sacudida por incendios constantes tras la extracción de crudo, los obligó a mudarse, según el libro Las Morochas hacia el Siglo XXI.
Y aunque los morocheros lucharon por ser capital de Lagunillas, perdieron la batalla ante Ciudad Ojeda, cuya creación ordenó el presidente Eleazar López Contreras el 19 de enero de 1937
Una de las primeras maestras del sector, Luisa Perozo, contó en un reportaje publicado en PANORAMA el 21 de agosto de 1984, que cuando arribó al poblado “había pocas casas. Ésto era un fundo, había tierra para todos y la mayoría vivía de la pesca”.
Una mezcolanza de culturas, sabores y tradiciones fue amasándose en el sector.
Luis “Totillo” Bencomo, de 54 años, y fundador del Centro Cultural Deportivo de Las Morochas, recuerda el movimiento migratorio.
“Vinieron ingleses, holandeses, alemanes, árabes, estadounidenses y hasta trinitarios. Como era un pueblo orillero también llegó gente del Sur del Lago, de Los Puertos de Altagracia y de Lagunillas de Agua, y por supuesto de otras partes del país: margariteños, corianos y andinos”.
Era tan variopinta la población residente que suscitó una suerte de movimiento particular.
“Muchas de las casas pareadas que aún se ven son de características inglesas, donde destacan los balcones”, agrega Bencomo.
Todavía hoy pueden verse fachadas coloridas y con nombre de villas, y hasta sus calles angostas tomaron la particularidad de llamarse como ciudades o figuras ilustres. Aunque Las Morochas parece resistirse al progreso, pues las estructuras más altas apenas alcanzan los dos pisos.
En medio de la diversidad, los residentes aún mantienen una esencia y arraigo cultural, y hasta una peculiar manera de ser regionalistas y mirar con recelo cuando les llaman citojenses, a lo que Elí Saúl Rodríguez, servidor de María y devoto de la Virgen del Rosario del Paraute, argumentó: “es que somos un pueblo, no un sector de Ciudad Ojeda”.
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