Lagunillas, septiembre de 2025.-
En los campos petroleros de Lagunillas, donde el ruido de las máquinas parecía apagar cualquier suspiro de arte, una mujer sembró la semilla de la danza. Se llama Jóvita de Talavera y, con la firmeza de su carácter y la ternura infinita de su corazón, fundó y presidió durante 25 años la agrupación Danzas PDVSA, un espacio que cambió la vida de más de 400 niñas y niños.
Todo comenzó aquel 7 de septiembre de 1992, cuando nació Danzas Maraven, gracias a la iniciativa del profesor Pedro Yajure del departamento de.Recursos Humanos de la filial petrolera. Cinco años después, el grupo tomó el nombre de Danzas PDVSA, pero jamás cerró sus puertas a la comunidad. Hija de trabajador petrolero o no, toda niña que quisiera bailar encontraba en Jóvita un refugio, una guía y un camino.
Danzas PDVSA fue, además, ejemplo de organización. No se trataba del ego de un líder, sino de una junta directiva que trabajaba con transparencia, siempre pensando en el bienestar de las niñas. Jóvita se aseguró de que cada actividad, cada recurso, cada ensayo, se administrara con rigor y amor.
Las presentaciones recorrieron Venezuela: Caracas, San Cristóbal, Isnotú, Barinas, San Luis en Falcón… Y en cada viaje se acumulaban recuerdos y trofeos. Como aquel primer lugar en el Festival de Danzas de la Costa Oriental del Lago en 2014, o el segundo lugar en el V Festival Siuberto Martínez en 2002, entre tantos otros.
Pero más allá de los premios, lo que Jóvita sembró fue formación para la vida. Cada niña aprendió disciplina, puntualidad, constancia, responsabilidad, autoestima. Además de danza, exploraron música, pintura, teatro, flamenco, maquillaje y mucho más. Por sus clases pasaron destacados coreógrafos como Franklin Áñez, Miryam Mármol, José Cedeño y Jessica González.
El repertorio fue inmenso: joropo, merengue caraqueño, vals, contradanzas, tambores, golpes larenses, parrandas, calipsos, gaitas, tonadas y danzas contemporáneas. En cada función brillaba la exigencia de Jóvita, pero también su ternura, su amor maternal que abrazaba y defendía a cada bailarina.
Hoy, a sus 90 años, sus ojos de ensueño se llenan de nostalgia al evocar los ensayos, los viajes y la magia de cada función. Aunque la agrupación cerró sus puertas en 2017, su legado continúa vivo en aquellas niñas —hoy mujeres— que ahora dirigen grupos de danza en Venezuela y más allá de nuestras fronteras.
“Lloré mucho cuando ya el grupo no pudo continuar”, confiesa mientras cada palabra es recreada por sus manos como si fueran bailarinas en un escenario. Nadie que vio a Danzas PDVSA pudo olvidar aquel milagro de arte en medio del petróleo. Jóvita de Talavera cumplió una gran misión: demostrar que la danza también florece entre torres y taladros, y que el arte, cuando nace del amor, es eterno.
FOTOS CORTESÍA DE LA FAMILIA TALAVERA:
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